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  • Writer's pictureInty Grønneberg

El mayor bache de la democracia en Ecuador son los políticos


Presentar la idea de que el mayor bache de la democracia ecuatoriana es su clase política, podría sonar como una gran exageración. Se pudiese debatir que, en otras sociedades, como la inglesa por ejemplo -donde me encuentro hace varias semanas-, también existen escándalos políticos, lo cual tiene cierto grado de verdad. Acá también se escucha de las barbaridades que cometen quienes ejercen el poder, como las aparentes fiestas del primer ministro británico, Boris Johnson, junto a su equipo en la etapa de encierros más fuerte de la pandemia, justo cuando se pedía a toda la nación que no se reúna ni con sus familiares fuera del núcleo donde vivían.


Pero que los políticos en todo lado sean proclives a los alborotos, no los hace igualmente ineficientes. En tan solo dos años desde que me había ausentado del Reino Unido, es posible percibir avances a todo nivel. A escala nacional, por ejemplo, la serie de iniciativas de política pública para enfrentar la polución plástica han logrado que la industria plástica aumente la cantidad de contenido reciclado en sus productos, llegando al 100% en varias botellas de un solo uso.


A nivel local, ciudades como Londres, en donde la cantidad de vehículos es similar a la de todo el Ecuador, se ha logrado por primera vez reducir los niveles de polución en el aire. Según estudios del Imperial College London, una serie de políticas públicas a nivel local están dando resultados, entre ellas la creación de zonas de ultra baja emisión, en donde vehículos que no cumplan las características de emisiones requeridas deben pagar una tasa para poder transitar, así como los reacondicionamientos a buses y taxis de forma obligatoria, adaptándolos a motores híbridos o eléctricos. En resumen, la democracia y sus políticos, aunque imperfectos, generan avance y progreso.


Si esto ha sucedido en tan solo un par de años, imaginemos el efecto de la política pública bien implementada en varias décadas. Mientras eso sucede de este lado del mundo, en nuestro país los alcaldes aún no aprenden ni siquiera a bachear bien las calles y a escala nacional solo se están enfocando en sus peleas de telenovela. Pero esto no es algo nuevo: todos los políticos en mayor o menor medida, tanto a escala local como nacional, no han sabido liderarnos hacia el progreso o hacia la generación de empleo y la reducción de la pobreza, al menos desde el retorno a la democracia.


Quizás la mayor causa radica en la forma en que hacen y entienden la política, con visiones heredadas generación tras generación. Han acostumbrado a los ecuatorianos a pensar que el odio eterno, la disputa por pensar distinto y los acuerdos por debajo de la mesa es la forma de liderar a una sociedad. Además, se cree que cada Gobierno entrante es una suerte de borra y va de nuevo, en donde no importa el perfeccionamiento de nuestras centenarias instituciones, sino que se insta a destruirlas, para que le vaya mal al opositor cuando existe un cambio en las riendas de lo público. Han aprendido a odiarse con tanta fuerza que su emoción está por encima de las necesidades de todo un pueblo, sobre todo de los más vulnerables, quizás porque en el fondo piensan que el país no puede ser mejor y está condenado.


También perciben al poder como una forma de subsistir, ya sea por la corrupción cuando están en el poder, o por la vanidad de sentirse los amos del país. Al no anteponer el desarrollo, además de ser incapaces de construir planes de corto y largo plazo, logran que un país entero no solo deje de progresar, sino que sus problemas aumenten, provocando un efecto de involución y llegando extremos tales como la violencia actual, que antes se hacía impensable.


Si queremos permitir que el Ecuador progrese, tenemos que abrir los ojos y reconocer que el mayor bache de nuestra democracia son los políticos en la actualidad, aunque esto está lejos de cambiar. Ya para las seccionales la gran mayoría de partidos están proponiendo candidatos que representan la decadente forma actual de ver a lo público, bajo esa mismísima cosmovisión que nos tiene estancados. Lo hacen quizás porque lo que buscan es sobrevivir, pero no para generar cambios.


En lo nacional, con la salida de Guadalupe Llori de una desastrosa Asamblea Nacional, las cosas tampoco pintan para mejor.


Quizás la mejor alternativa que podría dejar el presidente es invocar a una muerte cruzada, para que todos se vayan a su casa y que impulse un cambio profundo de quienes nos representan. De ser así, es hora de que las nuevas generaciones empiecen a repensar a la política ecuatoriana desde sus cimientos, si no queremos heredarles a nuestros hijos una pesadilla, que será lo más probable si seguimos en el mismo camino.

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